domingo, septiembre 3

MEA CULPA

Edita: Gregorio Lorente
Cartagena, 1999
9 nº (Existe número 0).
Tamaño: 21 x 15 cm.
Fotocopia B/N.
Número páginas: Nº 0: 24. Nº 1/2: 28. Nº 3/5: 32. Nº 6: 40. Nº 7/8: 44.
Encuadernado con grapa.
PVP: Nº 0 y 2: 100 pts.  Nº 1 y 3/5: 150 pts. Nº 6/7: 175 pts. Nº 8: 200 pts.




“Fanzine de opinión, crítica, cachondeo, investigación, polémica y denuncia” como rezaba en su inicial subtítulo enmarcado en un contexto ácido y, a veces, corrosivo contra los propios críticos de otras revistas, autores poco profesionales, ferias y eventos mal engalanados e, individuos de mala catadura que pueblan el curioso mundo de la historieta española, utilizando, siempre, abundante material gráfico para ilustrar cada ejemplar viniera o no al caso. También tuvo apartado para la investigación de autores hispanos y 
extranjeros.


















Como curiosidad los dos últimos números presentaban sendos monográficos uno dedicado a Pere Olivé y otro a Karpa en forma de ‘flip book’. Colaboraron los locales: Gregorio Lorente, Víctor Eme, Lorenzo Lorente, Juanjo López, Paco Olivares; los eventuales: Luis Parreño, Juan León Hernández y Carlos J. Lluch; y los foráneos: José A. Ortega Anguiano, Jaime Brocal Remohí, Manuel Barrero, Francisco Tadeo Juan, Enrique Machuca, Joseba Acebes y Francisco Nájera.






A continuación recupero un largo texto, realizado por Gregorio Lorente, para el número 30 del fanzine Pasaba por Aquí, especial faneditores, que nunca llegó a editarse y que relata, bastante bien, la trayectoria y milagros de este hombre.




EL CUTREZINE DE CRÍTICA (LÉASE MEA CULPA)

Aclaro: el cutrezine acerca del cual trataré no es el del vecino de enfrente, ni tampoco el otro, o sea, el que antecede a este artículo. El cutrezine al que me refiero es uno que edité yo –vaya usted a saber por qué–, que se vino en llamar Mea Culpa, con perdón de la mesa, y del que, seguramente, nadie habrá oído hablar (aparte de que tampoco lo leían quienes decían hacerlo, que esa es otra).




Este Mea Culpa que digo y por lo que recuerdo, debió de salir de entre las tripas de quien suscribe y del cerebro de Paco Olivares, en una época en la que éramos más competentes que el mismísimo dúo dinámico (me refiero a Batman y Robin, no a las dos mojamas esas que cantan siempre lo mismo). La cosa es que nos estábamos desayunando, un cortado y un solo largo, americano que se dice, y de pronto se nos encendió la bombilla de un fanzine de crítica crítica, crítica pura, crítica razonada, crítica sobre los críticos y enteradillos del tebeo, que los hay y muy petardos. Y así.

Fue, casualmente, un crítico francés, André Rousseau, quien dio en el clavo al revelar que “la crítica apenas debe trascender los límites de lo objetivo, sin descender jamás a la jactancia de los juicios de valor. Frente a la obra ajena tendría que hacer como los botánicos: limitarse a decir “esto es una rosa y eso otro un cardo” y dejar al lector que elija sus propios caminos de acercamiento”. Pero ustedes, como yo, saben que esto nunca es así. Hemos conocido una etapa en la que casi se editaban más revistas sobre tebeos que tebeos en sí. Y cada una de estas revistas vacilaba de cohorte de críticos de relumbrón y lujo, doctores en viñetas por la universidad de Farfollalandia, de los de mírame y no me toques y esto es así porque lo digo yo, y, como pasaba con Blas, punto redondo.




Pues no. De eso nada. Ni verdades absolutas ni afirmaciones de embudo. Ni críticos horroris causa en tebeo ni lectores tontos de baba. Llegamos a un punto en el que los criticones se creían los amos del cotarro, los más listos, los más guapos y los más más, sin nadie que se atreviese a mojarles la oreja. 

Y apareció Mea Culpa.

Lo voy a decir como lo siento: a mí, el fanzine me cogió con ganas. De manera que me volqué lo más y mejor que supe y pude en él. Desde la maqueta hasta los contenidos. Otra cosa será que el resultado estuviese a la altura de lo esperado, que no, nunca. Uno siempre esperaba más. Pero fue bonito, aunque cutre, mientras duró.




Dentro de lo malo, nos quedó bien. Planteamos el MC como un puñado de opiniones vitriólicas unas veces, cachondas otras, sinceras siempre, recogidas en fotocopias y agrupadas con grapa, o sea, agrapadas. Y, aparte de un núcleo redactor estable y más o menos fijo (el Olivares, Manuel Barrero, Luis Parreño y un servidor), nos pudimos rodear de un grupo de colaboradores de verdadero lujo. Cada cual aportaba su punto de vista, su saber y su parecer, con total libertad e independencia. Encima, ninguno de ellos cobró una mísera peseta: se conformaron con recibir un ejemplar fotocopiado y hasta la próxima. Profesionales, o sea, aunque sus nombres no aparezcan de tanto en tanto en los créditos de afamadas publicaciones.

Así es que yo estaba en la gloria. 

Reivindicamos autores, denunciamos plagios, iluminamos chanchullos, reseñamos historietas, le dijimos pan al pan y gilipollas al cretino. Porque éramos, y quiero pensar que aún somos, así. Sinceros. Honestos. Independientes. Valores que poco o nada cuentan en la industria del tebeo, pero miren lo que les digo: a este mundo hemos venido para sufrir.




Y si todo pinta tan bonito, ¿por qué se acabo el MC?, se dirá más de uno. Buena pregunta. Yo todavía, a mi edad, me la hago. La pregunta, digo. Y tengo dos o tres razones que no me terminan de convencer, pero me apaño con ellas. En primer lugar, la falta de lectores. Una publicación sin lectores es como un jardín sin flores o –¿me atreveré a decirlo?– una mujer sin tetas. Y cuando digo “lectores” quiero decir “compradores”, que si alguno hubo que se dejara los duros en él para colgarlo en la púa, a mí plín. Lo que quiero decir y digo es que la edición no se amortizaba. Nunca se amortizó. Y esto no es una empresa pública, señores. Esto salía de bolsillos privados. Por tanto, cuando los números se volvieron más rojos que ñoras, se acabó.

Otro motivo, que no excusa, fue la falta de periodicidad que marcamos desde el principio. Al no tener una fecha comprometida, nos rascábamos el ombligo (con lo mal que suele oler) y veíamos los días pasar. Así nos podíamos juntar con cincuenta artículos que a la hora de publicar estaban más caducos que los gusanitos de un Todo a Cien. Mal asunto.

Y aún hay un tercer fundamento que me llevó a defuncionar el fanzine. Parte público y parte privado. El público es que conforme fuimos concretando los objetivos del MC nos fuimos decantando por la idea de un flip-fanzine: por un lado, la parte de crítica y opinión, y por otra, una suerte de monográfico, reivindicativo o no, sobre una figura relevante de la historieta. El número 9, con monográfico dedicado a la figura del histori(ete)ador Antonio Martín, se me estaba escapando de las manos. A eso le añaden mis circunstancias privadas y particulares –que no vienen al caso– y ya lo tienen: punto y... ¿final? ¿seguido?

Se verá.

RETROSPECTIVA

Efectivamente, recapitulando sobre el Mea me doy cuenta de que fue una época dorada al huevo. Porque le echamos algunos al asunto. Criticar está muy feo, pero criticar a la supuesta crítica, no vean. Me parece y tengo por cierto que hay pocos fanzines que hayan hecho lo que el nuestro. Hablo en plural porque el Mea Culpa no fue nunca fruto de un esfuerzo individual. Si sólo de mí hubiese dependido, habría sido otra cosa. Ni mejor ni peor. Diferente.

Bueno, ¿han intentado ustedes hacerle ver a Dios sus fallos? Por nadie pase. Es que te puedes aburrir y llevarte guantazos por todos lados. Pues eso fue lo que hicimos y eso fue lo que nos pasó. A mí me han llegado a decir que no me contrataban como editor en una editorial porque sacaba un fanzine donde me metía con todos y peleaba a medio mundo. Ja, ja. Criticar y criticar, hablar y criticar, opinar y criticar. ¿Tan mal lo hicimos?

¿Tan feo está decir que hay concursos de tebeos politizados y mamandurriados hasta el extremo? ¿Tan incorrecto es razonar que el tal J. Edén –un gilipollas, no se molesten en buscarlo– es imbécil profundo? ¿Tan pernicioso es denunciar la olla de grillos y corral de gallinas que es la industria española del tebeo? Porque dijimos todo esto y más. Hablamos de jornadas de cómic, de muñecos, de tebeos, de autores y editores, de esto y aquello. Es gracioso. Creo que hablamos de todo y aún nos faltó mucho por decir.

Todo esto lo veo ahora y me entran ganas de enganchar el QuarkXpress y ponerme otra vez a maquetar. A decir que los del Wendigo han perdido el Norte; que a Forum no la conoce ni la madre que la parió; que algunos editores de La Cúpula tienen una afición muy cochina por ir fumados en público; que Rafael Marín es puro ombligo (y maleducado, además; lo de feo no viene al caso); que Pacheco sigue siendo un bluff (¿cuándo se darán cuenta?); que a don Antonio Martín lo apuñalaron por la espalda, de frente y tres cuartos; que el Cómic a Gritos ha sido y será un estercolero; que... Pero no. Todas estas opiniones son las que me impiden una vida honesta y templada. Luego me zumban los oídos y algunos se acuerdan de mis ancestros hasta la quinta rama del árbol genealógico. Y lo más tremendo de todo es que luego estas cosas se pagan. No me refiero al hecho de que cueste sus buenos cuartos. Vengo a significar que te señalas. Y te señalas tanto que tengo para mí por cierto que servidor, o sea, yo, no volveré a publicar en Planeta-DeAgostini. Posiblemente, tampoco en MegaMultimedia (si es que dura un rato más). En La Cúpula menos aún, pero aquí es que ni me interesa, oigan...

Es lo que se llama un progreso con molestias.

PASADO PESADO Y PRESENTE AUSENTE

Maravillas de la memoria. La primera vez que me metí a esto de editar fanzines tendría unos quince o dieciséis años. Recién había muerto Juan Pablo I, saquen cuentas. Mi primo el mermeladas y yo mismo, con la inútil ayuda de una minimprenta que regalaba la revista Spirou (caca de la vaca, la minimprenta, como todos los juguetes de la revista), nos montamos un invento llamado Sprint. Era un trabajo para subir nota. De Sprint apareció un único número que, quizá, guarde con usura el padre Turpín, aunque lo más probable es que se reciclase hace tiempo y alguno se haya limpiado el culo con él. Una lástima. Porque, aparte de un reportaje sobre el Papa bueno, incluía mi primera historieta: Sporrez-Man (una jocosa y conclusiva parodia de Spider-Man que plagiaba con descaro dibujos de Jan), además de caricaturas de algunos profesores de sexto curso del colegio La Inmaculada de Cartagena (conste que esto último no lo digo por presumir).

Tras Sprint hubo un parón. De fanzines, aclaro, no de dibujos. Yo siempre anduve dibujando esto y aquello hasta que mi hermano aprendió a hacerlo mejor que yo. Tan bien llegó a hacerlo el niño que vi el cielo abierto para volver a editar fanzines. Lo llamamos Lobothomía y nos hinchamos a hacer parodias. De películas, de tebeos, de series de tv. Con éste sí que llegamos a ganar unos durillos. Se vendía todo lo que fotocopiábamos. Una gozada. Hicimos a medias con Miguel Fernández y Mariano Saura un tocho de más de ochenta páginas, El hombre que mató a Konan, que, por desgracia, duerme el sueño de los justos. Comenzamos a colaborar con el Pasaba por aquí, el Quomic-Book y otros fanzines de más allá de la Venta de la Virgen. Y, cosas de la vida, nos llamaron de una editorial para empezar a trabajar para ellos.

Y tras Sprint, después de Lobothomía, y plenamente inmersos en la mal llamada “vida profesional del cómic” (porque de vida tiene tanto como de profesional), llegó Mea Culpa. Creo que es en una novela de Ken Follet donde la protagonista dice que parir un hijo es algo parecido a cagar un melón. Fina, la muchacha. Pues bien, obscenidades aparte, también parir un fanzine es vérselas con todo un sembrado de cucurbitáceas. Me vengo a referir a que para hacer fanzines hace falta tener ganas. Y cosas que decir. Y paciencia. Maravillas que saben quienes se han metido en estos berenjenales en alguna ocasión.

Si siguen mi consejo, que es gratis, embárquense al menos una vez en la vida en esto de los fanzines. Pero tampoco abusen. Lo poco gusta, y lo mucho, estorba. Un fanzine, por sí sólo, merece contemplación extasiada. Algo así como una idea con cuerpo. Yo echo de menos el Mea Culpa. Echo de menos las prisas de última hora, los cabreos al maquetar, los cartuchos de medias tintas, el ordenar las mil fotocopias (siempre con falta de toner) y el zumbido de oídos del que hablé hace un rato. Pero ahí lo dejo.

Como en el fondo de mi ser anida un opinador, no he podido cortar radicalmente con lo de expresar opiniones en voz alta o en negritas, que para el caso es lo mismo. Así que, aprovechando el ofrecimiento de el Torres, cuelgo una columna semanal en la página web de Sulaco Ediciones (http://www.sulacoed.com    www.sulacoed.com) titulada, nobleza obliga, Mea Culpa. Porque es lo mismo, pero diferente. Y me pregunto, ¿será ese el futuro de los fanzines?, ¿de los cutrezines? El asunto lleva ya unas seis u ocho semanas cuando escribo estas letras, y para mí que no acaba de cuajar.

Si ustedes acuden y hablamos del asunto, puede que pronto tengamos una respuesta. Mientras tanto, que vivan los fanzines, que vivan los lectores, que viva la facultad de opinar y criticar libre y constructivamente... y que vivan las mujeres con tetas (al menos, dos).


Hasta más ver.

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