MANUEL NOALES COLLADO
Los tesoros los encuentras cuando no los buscas. A Noales
Collado (Cartagena 1925 – 2014) lo conocí buscando interés o posible pasado de
un señor jubilado que escribía artículos en revistas locales y hacía algún
dibujo de pulso, ya, poco firme. Existía en internet alguna referencia a un tal
Noales o Manuel Collado, pero sin llegar a nada claro ni profundidades
informativas. Tras varias pesquisas lo localicé en su retiro de La Puebla,
diputación cartagenera, donde vivía tras toda una vida en Alemania. Era Noviembre
de 2007 y allí le hice una entrevista que reproduzco literalmente en primera
persona:
Nací en la calle San Martín de Cartagena. A diferencia de
los demás niños nunca leí tebeos no me interesaban. En el colegio de San
Miguel, cuando me ponían un dictado, aprovechaba para ilustrarlo como una monja
de rodillas rezándole al señor en la cruz, lo que me granjeó la simpatía de las
monjas que decían “que muchacho tan simpático, no es muy listo pero pinta muy
bien”
Uno de mis primeros problemas con los dibujos fue cuando, un
día que había una reunión en mi casa, con mis padres y tías, hice un dibujo de Adán
y Eva pero sin hojas y aquello fue un escándalo.
Siempre he sido un autodidacta, no he tenido referencias de
otros dibujantes a la hora de crear, aunque conocí al gran Emilio Freixas, un
gran dibujante pero que era un esclavo de su trabajo. Se ponía en la mesa de
dibujo de sol a sombra sin parar un día tras otro. Eso no es lo que yo quería.
Tras aprobar una oposición comencé a trabajar en el Banco
Hispanoamericano (luego Central Hispano Santander). Mi tío era director del banco,
cuando hice la oposición éramos una veintena, se acercó uno de los
controladores del examen que me preguntó si, por mi apellido, era pariente del
director. Yo le comenté que era mi tío. Tras pasar la prueba, el mismo hombre
se me acercó y me preguntó si mi tío conocía el hecho de que me presentara al
examen y yo le respondí afirmativamente, a pesar de no ser cierto y de que mi
tío no creía que sirviera para trabajar en un banco porque me tenía por persona
inquieta con ganas de recorrer mundo. Y no estaba equivocado.
A los cuatro días me trasladé a una sucursal de Valencia y
poco después a otra de Madrid. Y allí cambié de oficio. Me pasaba la mayor
parte del tiempo en el banco dibujando lo que favorecía para que mi jefe me
llamara reiteradamente la atención. Me aburría y cansado de tantas “broncas”
pedí la cuenta.
Desde siempre se me había dado bastante bien dibujar y
aproveche mis dotes para entrar en una empresa como delineante, que hacia
instalaciones telefónicas por todo el mundo, entre otras cosas porque ganaba
más.
Era un trabajo muy aburrido. Nos daban un plazo de ejecución
para cada proyecto. Yo lo hacía en la mitad de tiempo y aprovechaba para, el
resto del tiempo, pintar monigotes. Un día vino el jefe y me pillo dibujando.
Me recriminó que hiciera aquello y que debía entregar el trabajo una vez
acabado para seguir con otro proyecto. Yo le contesté que eran los
controladores de trabajos los que estipulaban los tiempos y yo era más rápido.
No pasó nada y seguí con mi ritmo.
Un día escribí a Walt Disney en América para intentar
trabajar en lo que me gustaba, pero recibí una amable carta de esa empresa
agradeciendo mi interés pero sin más resultados. Como digo siempre he sido muy inquieto y cambie de nuevo de empresa, en esta ocasión para Pegaso, también de delineante.
Me acerque un día por la Editorial Bruguera y, aunque no les
interesaron mis dibujos, vi que también publicaban novela rosa. Yo les dije que
era capaz de hacer novelitas de aquellas y con el seudónimo Juan Manuel
Infantes me publicaron tres o cuatro en la colección ‘Rosaura’. Una de ellas
recuerdo que se titulaba ‘Entre dos amores’, pero pagaban muy poco y lo dejé.
Mis primeros dibujos los lleve a la redacción de Flechas y
Pelayos en 1947. Al encargado de aquello le gustaron y me lo publicaron. La
intención de publicar en una revista no era, inicialmente, para vivir sino por
la ilusión de dibujar y ver impreso mi trabajo. Pagaban muy mal pero yo estaba
encantado. Cada semana les llevaba una historieta. Esto duró unos tres años todo
el tiempo que estuve en Madrid.
Luego, durante un par de años, me dedique a vender libros de
una empresa de Barcelona y recorrí diversas zonas de la geografía española. Durante
ese mismo tiempo estuve colaborando con el diario madrileño Informaciones, así
como con la revista Suplemento Infantil.
Tras esto marché a Francia, concretamente París, y allí
conseguí un trabajo de traducción de historietas francesas en una editorial
sudamericana que tenía sede allí para luego publicarlas en aquel continente. Pero
este trabajo no era continuo porque a veces no había páginas para traducir lo
que me suponía un problema porque no tenía dinero y pasaba hambre.
Un día estaba sentado en una cafetería cerca de Notre Dame
tomándome un café con leche, mi presupuesto no me daba para más, en eso se
acercó un soldado negro americano, le invité a acompañarme y empezó a hablarme
en inglés. Yo no me enteraba de nada pero como supuse que necesitaba conversar
con alguien yo asentía continuamente. En un determinado momento llegó el camarero
le preguntó algo y, al poco, regresó con unos platos de filete con patatas
fritas a las que invitaba el soldado. El curioso azar que es la vida.
Lo intenté en la escuela Berlitz, ofreciéndome como profesor
de español, pero me rechazaron porque, después de la guerra, habían llegado
todos los comunistas y exiliados y había saturación de españoles. No obstante
me indicaron que probara en escuelas alemanas que estaban demandando españoles
para impartir idioma. Escribí a varias direcciones que me ofrecieron y me
contestó una para que me incorporara inmediatamente resolviéndome todos los gastos
y problemas de traslado, así como vivienda. Allí conocí a la que sería mi
mujer.
Las clases eran muy agradables, especialmente en las de los
alumnos de niveles más avanzados, tal era así que en los pocos días de sol
salíamos al jardín para realizar la clase. Cómo siempre estaba realizando
dibujos, los alumnos me pedían que les hiciera uno para ellos o alguna
caricatura.
Sería en 1956, empecé a colaborar en una pequeña empresa de
animación, Fischerkoesen Film Studio, como yo todavía no me defendía bien en
alemán me comunicaba con dibujos lo que le gusto al empresario. Se hacían
pequeñas películas publicitarias para que otras empresas promocionaran sus
productos. Desgraciadamente me pagaban muy mal, menos que a los compañeros
alemanes y decidí dejarlo.
Con la llegada de hordas de españoles emigrantes en busca de
trabajo me dediqué a servir de traductor entre empresa y obreros. En un momento
determinado decidí volver a España e incorporarme al mismo banco, pero con más
experiencia y conocedor de idiomas (francés y alemán). Como dejé el banco siendo
auxiliar administrativo, querían que me reincorporara en esa categoría, a lo
que les dije que no podía ser menos de oficial 1ª pero ellos no lo aceptaron.
Así que regresé a Alemania.
En 1957, siempre con ese gusanillo de dibujar, conocí una
interesante revista mensual Radmarkt dedicada al mundo de la bicicleta y me
presenté en la redacción para ofrecer mis servicios. Comencé a realizar
ilustraciones sueltas y poco después me pedían varios dibujos semanalmente y
viñetas humorísticas.
Un año después inicié otra colaboración con Wesfalen Blatt
un periódico diario al que hacía de vez en cuando un dibujo.
La última revista en la que deje mi obra fue Siete fechas,
en1962, era una publicación financiada por el gobierno español con destino a
los obreros españoles que trabajaban en los distintos países europeos. Se
imprimía en la ciudad de Colonia, donde estaba la redacción, y se distribuía
desde allí, eso sí, totalmente en castellano. Como yo les hacia dibujos
periódicamente, un día me pidieron que trabajara con ellos, cosa que me pareció
interesante, porque era una publicación muy importante, así que finalicé mis
funciones en el colegio. Aquí no solo dibujaba, también escribía artículos.
La revista duró hasta la muerte del general Franco, en 1975,
la financiación se cortó y toda la redacción regreso a España. Después no volví
a dibujar en ningún otro sitio. Lo único que hice fueron algunos artículos para
el diario madrileño Arriba que enviaba desde Alemania sobre el país y la
situación de los trabajadores.
Los alemanes son gente muy trabajadora y recta pero falta
del sentido de humor español.
Aunque dibujar es algo que me da una gran satisfacción nunca
he intentado hacer arte ni un trabajo para que se me recuerde por él. Por ese
motivo mis ilustraciones y chistes los he firmado con infinidad de nombres como
Noales, Juanico, Alfredo, Pe, M, Mano, Pepe, etc.
Pocos años después de morir mí mujer decidí volver a España
y le dejé el piso a un ahijado porque yo no he tenido hijos. Me establecí en la
diputación cartagenera de La Puebla y mi tremenda inquietud vital me lleva a
seguir publicando artículos en la revista bimestral El Veterano boletín del
centro de personas mayores.
Aunque recibí alguna carta de Noales contándome algún nuevo
dato y ofreciéndome una foto suya tomada años atrás en Alemania y tuvimos
varias conversaciones telefónicas, nunca volví a verle.